30 de mayo de 2010
Cuento de Ánimas.
Buen trabajador érase Laurián, mas poco aprovechaba a la familia tal virtud porque cada unes bajábase el hombrecito a la feria de Rionegro y, mercadas sus provisiones y emprendido el regreso al hogar, dilapidaba el remanente de sus proventos semanales en las tiendas del camino. Era de verle en los ventorillos sombreados por verdes arboledas y arrullados por las aguas que descendían límpias y ruidosas de la sierra, era de verle, voy diciendo, corriéndose unas buenas totumas de guarapo en alegre compañía de tres o cuatro amigotes, al alborotado son de tiples calentanos y de las acompasadas maracas. Y cuan ricamente se iban las horas mientras el monte se dormía alumbrando por el sol de los venados y la chicharra bordoneaba su canto sobre las copas del Guamal. Una noche de noviembre, Laurián, volvía a su cabaña llevando el hatillo del mercado a cuesta, y, de adehala, una mona de tamaño heroico. Allí era el atajar pollos y cluecas por esas veredas, o el trazar equis o zetas a lo largo de la escarpada senda rural. Retrasadito hallábase, mas ello no importaba, porque por fortuna rielaba una buena luna y la paclidez de la noche era excepcional. Los perros alborotaban en la sheredades, cantaba el surrucluco entre los dormidos ramajes, y a la orilla de los lagos dialogaba las ranas con estruendo singular.¡Qué bonanza y cuán fresca brisa!¡Cuánta dulcedumbre y sosiego reinaba bajo aquel ancho cielo tachonado de rutilantes estrellas! Laurián, como cumple a todo buen campesino, érase un tanto trovero, e inspirado en medio de aquel plácido concierto, quiso unir a él su voz. Y así, tras de carraspear hasta una pareja de veces, rompió los apacibles y serenos aires de la sierra con su canción: “ En el puente del Chicamocha, me taba aguaitando el tigre, yo pelé por mi machete y nian el rabo le vide”.
Ya tosía nuevamente para agarrar con arte y fineza otra coplilla cuando, asomado en este punto al alto de Miradores, le dio tal vuelco el corazón que aínas cae desmayado. ¿ Y a qué tales corvetas? ¡ Calandiga! ¡ No era para menos! Que al tender la vista hacia el camino había divisado una larga procesión de ánimas que avanzaba desfilando lentamente bajo la claridad lunar.¡ Y aquí de los remos! Cual rápida laucha el noctámbulo salióse de la zona del camino y emboscándose precipitadamente tras de un matón de urinmaco, recogiese allí más muerto que difunto.¡Aven María! Ya se acerca, ya llegan, ya van pasando las ánimas andando con mucho tiento, rezando con mucha pausa. A Laurián se le esfumaban cielo arriba de su escondrijo, cerrando la boca apretadamente para que no se le fuera a escapar el corazón. Y ya veía con infinito descanso de su alma que la procesión pasaba de largo, y daba gracias al cielo por tan visible protección, cuando cata que una de las ánimas, más larga y entelerida que las otras, exclamó, ventenado los aires: “¡Fo!¡Fo!¡Hiede a carne humana!”. La trompeta del juicio no hubiéralo hecho mejor, porque allí fue de verse con cuánta prisa se ajuntaron todas las ánimas, y de admirar la ligereza con que dieron contra Lurián y la velocidad con que lo transportaron al camino, empezando a tirarlo para arriba. Lauro iva y venía por esos aires cual si fuera perinolla, ya descendiendo cabeza abajo, ora de pies, ya atravesado, mientras las ánimas cantaban en coro: “¡Volá!¡Bola por borrachito seño Laurián! Hartas con el retozo, diéonle finalmente las últimas volteretas, y alzándole luego de pies y manos, le aporrearon hasta media docena de veces contra el mundo, hecho lo cual desaparecieron como por ensalmo. Al día siguiente, alarmados con la ausencia de Laurián, salieron algunos familiares en su busca, y tras de mucho bregar dieron con él, hallándole enredado en la copa de un frondoso gualanday, y tan bimbo y zumbimbo que ocho días estuvo sin saber de dónde era vecino, hasta que, merced a una promesa ofrecido, pudo el desventurado rústico recobrar todas sus antiguas facultades, menso, eso sí, aquella de la bebeta, de la cual quedó curado por todos los días de su vida, gracias a la lección que le dieron las ánimas. Y tan curado, que cuando sus viejos amigostes le invitaban a escansión un guarapito, decíales Laurián: “ Prefiero el guasarapo al guarapo”. Dicho lo cual se metía entre pecho y espalda un valiente vaso de agua fresca, y quedaba con él tan sabrosamente; porque como dice el dicho el agua ni enferma, ni cansa, ni endeuda.
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